De pronto, aquel hombre trabajador que vivía del sueldo mínimo, sumó lo que ganaba su mujer en aquella tienda de ropas, además de su hijo mayor en una desarmaduría y concluyó con algo impensado, “a esta casa ingresa un millón de pesos todos los meses”.
Y si a eso le sumaba el subsidio por dos de sus hijos que estudiaban en colegios municipales, además de la rebaja en el pago eléctrico…. entonces, era el millón y algo mas.
Sacó sus cuentas, conversó con la familia y todos juntos partieron a comprar el primer auto. Deberían pagar unos 250 mil al mes en cuotas por tres años. Plata había. Por lo demás, las alternativas laborales iban en aumento y era posible conseguir un trabajo mejor remunerado.
Uno de los hijos, rinde la PSU e ingresa a la universidad. Tiene buenas notas, buen puntaje y recibe una beca de educación gratis. Emigra de su casa. Ha conseguido pernoctar en una “Hostería de estudiantes” que administra una organización colaboradora de la educación.
En la primera semana, vuelve a casa, le pide a su padre 50 mil pesos para sus cosas esenciales, comer, fotocopias, libros… el padre se los entrega. La semana que sigue lo mismo y luego la otra y así hasta completar 200 mil y algo más en el mes y en el siguiente igual.
Auto e hijo sumaban 500 mil. El millón no era tanto… o era pero sin el auto. Un día su mujer le confiesa que no hay azúcar, tampoco fideos, se acabó el aceite. Están sin plata.
El dueño de casa anima a su mujer a, “sacar esas tarjetas que puedes comprar sin pagar inmediatamente”. Lo hacen. Comienzan las deudas.
Su atraso significa que la tarjeta se eleva a un 42% los intereses en el año. Todo es legal, pero también todo inmoral. Esa familia comienza a destruirse.
No fue capaz de vivir el ritmo de una clase que le habían dicho ser la importante, la clase media, la del millón para arriba de ingreso. Eso lo transforma en una persona adecuada para infundir odio.
Lo recibe y lo guarda. Su mujer menos, pero se desespera. Hay entre medio un “que dirán los vecinos si vendemos el auto”. Comienzan a asistir a marchas. Gritan y alientan todo, incendio en la araucanía, funas apersonas conocidas. El hijo mayor, compra un spray para pintar consignas. Cambiaron, el millón los destruyó. Están confundido. Escucha algo que no comprende, “Es mejor que sean todos pobres pero iguales”.
Tiene alguna lógica. Mejor volver a lo que eran, sin el auto y el chiquillo sin universidad. Todos estaban mas tranquilos. El problema es que el millón también desaparecerá. Se confunde, resuelve no ir a la otra marcha.
Convence al hijo que no siga rayando los muros. Debe tomar una determinación de su vida: “Me vuelvo pobre y somos todos pobres o ‘apechugo’, vendo el auto o lo regalo, pero ya no pago mas. Este otro año me compro otro mejor”. Resuelve por lo ultimo.
Sus compañeros de marchas, lo funan y expulsan del “colectivo”. Comienza ahora, una nueva odisea, está abandonado. El odio llegó a su hogar. El país está dividido.
Mario Ríos Santander