Un par de años atrás, hablé con el sacerdote encargado de la emisora católica de la Diócesis de Santa María de Los Angeles, para insinuarle que en las transmisiones semanales, incluyera algunas prédicas de sacerdotes, expresadas el Domingo anterior en su sermón del evangelio. En esa ocasión, también insinué, que, “le pusiera ojo al Párroco Capuchino de San Francisco, Padre Celestino Aóz”, sus prédicas dominicales eran muy interesantes.
Transcurrido el tiempo, el Padre Aóz, es hoy Príncipe de la Iglesia, Cardenal, miembro del Colegio Cardenalicio, eclesiástico de alto rango de la Iglesia Católica, constituyéndose también en el más alto título honorífico que puede conceder el Papa. Para ello, el Santo Padre, ha tenido en consideración cualidades de la persona, por su sabiduría en la doctrina de la fe, coherencia de vida, piedad, oración y relación experiencial con Dios y prudencia, buen actuar, discernimiento, decisiones acertadas. Todo lo anterior, lo ubica entre los 128 cardenales actuales, en una Iglesia , Católica Apostólica Romana, que acoge 1.350 millones de bautizados. Pocos años atrás, otro párroco, Francisco Javier Stegmeier, era elevado a la dignidad de Obispo y designado en la Diócesis de Villarrica.
“Este obispo de Los Angeles, tiene buena mano”, comentaba algo admirado uno de los tantos transeúnte que saludan con afecto en la calle y aprovechan algunos minutos para conversar. Recodó que en el inicio de la pandemia, se elevó en un avión, con el Santísimo en sus manos, impartiendo la bendición. “¿Y que pensarán los otros Párrocos con tanta responsabilidad que están asumiendo sus colegas?”, se preguntaba admirado de esta, “Mano Episcopal”, que los empujaba a cumplir enorme responsabilidades.
Vivimos en la Civilización Occidental Cristiana. No existe otra estructura, (si pudiéramos darle ese nombre), de mayor envergadura creada en la existencia del ser humano desde que este surgió sobre la tierra. Ella, la Civilización, recoge culturas diversas, cientos, miles, se adentra en todas las geografías, en ella el alma encuentra un refugio y la razón, armonía con todo cuanto le rodea. Por ello, ser cristiano, es una enorme suerte y mas que eso, es una oportunidad. Y yo siento, que la Diócesis de Los Angeles, ha hecho uso de esa oportunidad. Elevar sus consagrados a Dios, no es un asunto de mero trámite e incluso de tan solo una oración. No sería suficiente. Es cierto que la oración, trasciende en si mismo, pero es ella la suma de muchas cosas que deben tener una armonía en su manifestación. La palabra, el ímpetu puesto en la responsabilidad asumida, los silencios necesarios, la paz del alma, son sumas de lo anterior, es la argamasa que requieren los ladrillos de aquel muro protector.
Las cosas de Dios, están bien. Ahora, deben influir en las del Cesar, que están mal.
Nuestros niños se drogan otros roban, algunos en sus manos, arma de fuego. Comienzan a vivir en sus hogares lo peor. Falta Dios. ¿Será el caso de adentrase algo mas en esta sociedad que se debilita en extremos?.
Debe estar cerca el día que reúna aquí, en Los Angeles, al Cardenal Aóz, el Obispo Stegmeier, junto al Obispo Felipe Bacarreza, dueño de casa y bendigan el inicio de la recuperación de la paz. El Cardenal y el Obispo, vendrán a devolver en parte, lo que esta Diócesis les entregó, los párrocos, que ya conocen su función, asumirán la responsabilidad de esta reconquista del alma y los niños, volverán a ser felices. Entonces, “La Buena Mano”, ya reconocida, se extenderá a los “leprosarios” de hoy, barrios narcos que hoy son temidos y mañana, abandonados.
Mario Ríos Santander