Desde la experiencia laboral con infancia y con personas consumidoras problemáticas de drogas, he evidenciado un elemento en común que tiene relación con los efectos de la forma de educar de los padres o cuidadores en los niños. Si bien no existen padres ni hijos perfectos y que los padres o quienes cumplen ese rol, aman a sus hijos y actúan a partir de sus vivencias y recursos. Replican prácticas de crianza basadas en relaciones autoritarias de obediencia mediante amenaza o castigos, o prácticas de negligentes con falta de límites y contención emocional, o se puede sobreproteger en exceso.

Lo anterior es un tema controversial, he escuchado comentarios como “a mi educaron de esa forma y no estoy traumado”, naturalizando la violencia (leve, mediana o grave). Culpabilizando el actuar de niños y adolescentes de hoy en la existencia de los derechos del niño, reclamando su cumplimiento, siendo otro tema para debatir. Puesto a que se confunde los derechos de los niños con establecer un sistema normativo basado en buenos tratos, con reglas claras y practicando con el ejemplo.

Si bien es cierto la forma de ejercer la parentalidad no es una condición sine qua non. Existe evidencia científica que avala que distintos tipos de crianza de los padres influyen en la conducta de los hijos y que una crianza basada en los buenos tratos hacia la infancia juega un rol esencial en el bienestar y desarrollo de niños, niñas y adolescentes

Según la psicóloga María Aurelia Ramírez Castillo, los estilos parentales se relacionan con los problemas de comportamiento de los hijos, identificando que los estilos inadecuados en donde se encuentra afecto negativo, castigos físicos, control autoritario, etc. se relacionan con problemas de conducta internas o externas en niños y adolescentes.

En este sentido la importancia de educar con afecto es primordial. Investigaciones han puesto de manifiesto que los adolescentes que se sienten más próximos a sus padres son los que mantienen más confianza en sí mismos, muestran más competencia conductual, más independencia responsable y se implican en menos conductas de riesgo, como el consumo de drogas y las conductas delictivas (Collins y Gunnar, 1990). 

El consumo de drogas es uno de los aspectos con el que se tiene que enfrentar la persona en algún momento y decidir, en función de sus valores y creencias aprendidas desde la familia. Muchos cuidadores tienden a no estar de acuerdo con grupo de pares de sus hijos, con la premisa que temen a las “malas juntas”, pero mientras el niño o adolescente tenga una autoestima fortalecida e identifica a la familia como agentes significativos, tendrá factores protectores para disminuir prácticas de riesgos, como el consumo de drogas o problemas de conducta, siendo primordial la supervisión parental. Los padres deben tener conocimiento sobre los amigos, gustos e intereses de sus hijos a fin de promover la proximidad entre ellos y disminuir los factores de riesgos del entorno.

Con lo expuesto, no se promueve el libertinaje, los hijos necesitan contención y un sistema normativo al que deben ceñirse, eso no está en discusión. La diferencia radica en el ejercicio parental y modelo de crianza utilizado, el que puede dejar consecuencias positivas o negativas en un niño y futuro adulto. Tampoco se promueve que los padres sean amigos de sus hijos, debe existir una diferencia clara en los roles familiares. Sólo se favorece el ejercicio de un rol parental que brinde cuidados y protección, basado en el buen trato que considere a los niños y adolescentes como sujetos de derecho, a quienes se deben guiar en la formación de ser adulto a fin de prevenir conductas de riesgos como es el caso del consumo de drogas y conductas transgresoras.

Geraldine Opazo López
Jefe de Carrera TNS Rehab. y Prev. en Drogodependencia