La última foto del fotógrafo de la Plaza de Armas, es quizás la más triste de todas y nos permite analizar la grave crisis que afecta al país con un ejemplo conocido por todos.
Es miércoles 9 de octubre y Carlos Fernández Díaz de 80 años, se retuerce de dolor en la sala de espera de la urgencia del Hospital Víctor Ríos Ruiz de Los Ángeles. El sábado siguiente, finalmente fallece.
La imagen la capta una lectora de nombre María Isabel, quien nos dice que «la última vez que lo vi, él divagaba y se veía que no estaba bien». La foto nos conmueve.
Este hombre, estuvo durante años en la Plaza de Armas, tomando fotos para poder comer. En vez de estar disfrutando de sus últimos días después de una larga vida de esfuerzo, él estaba en la calle, trabajando como muchos de su edad, porque simplemente vivía de manera miserable.
Lo mismo ocurre con los jóvenes, que en vez de centrarse en estudiar, deben desangrarse por unos míseros pesos para pagar sus carreras en locales de comida rápida o en otros trabajos. No es querer «todo gratis», es querer «acceso digno».
Esta situación se repite una y otra vez. Mientras la clase política, alcaldes, diputados, gobernadores, intendentes, senadores, ministros y hasta el propio presidente, reciben suculentos sueldos millonarios que los ubican en el 3% de una privilegiada población, personas como «Don Carlos», el fotógrafo, sólo querían poder tener un plato de comida.
No es posible que el simple viático de una autoridad por salir de su zona de representación, en muchos casos, equivalga a esa miserable pensión de los adultos mayores. Usted, que aun cree que esto es algo puntual, vaya a darse vuelta a las ferias libres y verá como algunos abuelitos recogen del suelo restos de fruta y verdura porque no tienen dinero para comprar.
Es esta y muchas otras razones las que hicieron que el país saliera a la calle a decir basta.
Nadie vive 110 años como lo piensan las AFP, nadie vive con el sueldo mínimo.
Se puede ser de derecha, izquierda, centro; de cualquier credo o sexo, pero lo que se ha visto en la calle, es la profunda molestia por la desigualdad y la poca empatía de quienes toman las decisiones. Más allá del modelo económico, es el mal uso de este para estrujar a la población.
Todavía, nadie sabe cómo se resolverá esto. El Poder Ejecutivo y Legislativo está golpeado, en shock y no saben cómo reaccionar ante el descontento. ¿Por dónde empezar? Difícil.
Volviendo a la política y algo que mantiene la indignación es que, en medio de la crisis, el espectáculo de nuestros honorables, se centra en buscar culpables, o intentar apropiarse de «la causa», salir indignados en masa de la Cámara de Diputados, mientras la gente moría en las calles.
«Es culpa de Piñera», «es culpa de Bachelet», «es culpa de Lagos». Señores, es culpa de todos. Mientras han hecho su circo, se olvidaron de la gente.
Todavía, nadie sabe cómo se resolverá esto. El Poder Ejecutivo y Legislativo está golpeado, en shock y no saben cómo reaccionar ante el descontento. ¿Por dónde empezar? Difícil.
Lo único que está claro es que la ciudadanía, el pueblo o como se le quiera llamar, no quieren a más personas como «don Carlos», esperando una atención médica de calidad o simplemente una muerte digna.
No se quiere que la gente trabaje por un sueldo miserable, mientras los dueños de esas empresas viven de manera lujosa.
Nadie quiere que llegue alguien a ser político o «servidor público», viendo ahí la oportunidad de transformarse en alguien de la élite. La política no es un negocio. No es justo para nadie y que aquellos que representan a las personas, sean los políticos mejores pagados de la OCDE. Eso, debería darles vergüenza.
Quizás bajarse el sueldo – por lo menos a la mitad – pueda ser una señal, pero sería sólo un comienzo. Nada se soluciona sin las transformaciones profundas que requiere el país y donde quienes han gobernado – desde todas las tribunas políticas – no han sabido más que usar el poder, para otros fines muy distantes del bien común y del porvenir del país.
Se ha pedido perdón, gracias, pero ahora faltan los hechos. Claramente la gente no quiere vivir en un país en crisis, pero si millones se han agolpado a las calles, los políticos y empresarios no pueden pretender que tendrán una salida simple.
O se cambia de raíz la injusticia social o la movilización seguirá, eso, es lo único que está seguro.