Aquella jornada de martes 6 de diciembre de 1966 quedó grabado con tinta indeleble en la historia negra de la provincia del Biobío. Ese día, la tranquila comunidad rural de Cuñibal, a 15 kilómetros al oriente de Los Ángeles, fue escenario de uno de los crímenes más atroces registrados en la historia policial del sur de Chile. El brutal asesinato de dos jóvenes profesoras rurales, Carmen Luisa Olivares Chavarriga y Anita del Rosario Figueroa Saavedra.
Ambas mujeres, dedicadas a la enseñanza en la Escuela N°122 del sector, fueron atacadas con inusitada violencia durante el horario de descanso del mediodía. Los responsables del doble homicidio fueron identificados como Aladino Burgos Figueroa, un exalumno de apenas 16 años, y José Ángel Rodríguez Cifuentes, de 26. Quienes, motivados por la codicia, irrumpieron en el establecimiento con el fin de robar los 300 escudos que una de las docentes habría recibido recientemente como pago.
Según los antecedentes recopilados en crónicas locales y testimonios recogidos posteriormente por José «Pepe» Riquelme en su espacio Reportero Patrimonial Los Ángeles, los atacantes emplearon piedras, palos y alambre de púas para concretar su crimen. Anita Figueroa fue la primera en ser abordada tras abrir la puerta; recibió golpes en la cabeza y fue finalmente degollada con el alambre. Carmen Olivares, al intentar huir, fue alcanzada, golpeada violentamente y dejada malherida.
El horror fue descubierto por Eduardo Álvarez, un niño de apenas 10 años, quien llegó temprano para la jornada vespertina. Al presenciar la escena, corrió a alertar a su familia. Cuando llegaron los equipos de emergencia, Anita ya estaba sin vida. Carmen fue trasladada aún con signos vitales al Hospital de Los Ángeles, donde falleció horas más tarde.
Conmoción colectiva y justicia cuestionada por Cuñibal
El impacto del crimen fue inmediato y la noticia se difundió rápidamente por los vecinos y en sí, toda la ciudad. El 8 de diciembre, día de los funerales, miles de personas salieron a las calles de Los Ángeles para rendir homenaje a las docentes. En una multitudinaria despedida que marcó un punto de inflexión en la seguridad y la percepción de violencia en la zona rural.
La investigación avanzó rápidamente: Aladino Burgos fue detenido el 11 de diciembre en casa de sus padres, confesando los hechos y entregando parte del dinero sustraído. Rodríguez fue apresado en la comuna de Mulchén, aunque hasta el final negó su participación. Ambos fueron llevados a juicio, pero las penas impuestas provocaron indignación social por considerarse excesivamente benignas frente a la crueldad del delito.
Años más tarde, José Ángel Rodríguez reincidió en actos delictivos y murió en prisión durante la década de los 2000. El paradero de Aladino Burgos permanece incierto; se presume que aún reside en la zona, como un recuerdo de Cuñibal.

Mitos, memoria y heridas abiertas
Con el paso de las décadas, el caso ha dado pie a múltiples teorías y especulaciones. Algunos pobladores apuntan a la presunta implicancia de un hijo del dueño del fundo donde se ubicaba la escuela, mientras que otros sugieren que las víctimas podrían haber sido ultrajadas antes del crimen, aunque ello nunca fue confirmado oficialmente.
Las tumbas de Carmen y Anita, ubicadas en el Cementerio General, se han transformado en “animitas”. Siendo parte de aquellos lugares de veneración donde decenas de personas acuden a agradecer favores, manteniendo viva su memoria.
Este doble homicidio no solo destrozó dos vidas jóvenes y truncó una labor educativa fundamental en una comunidad rural de Cuñibal. También dejó una herida profunda en la conciencia colectiva de Los Ángeles. A casi 60 años del crimen, el eco de aquella jornada de horror sigue resonando, como un sombrío recordatorio de que incluso en los rincones más apacibles pueden suceder tragedias que cambian para siempre el curso de una comunidad.
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