Desde su inauguración en 1954 hasta su cierre en 2020, la planta de Iansa de Los Ángeles dejó una huella indeleble en la historia productiva y social del sur de Chile, albergando consigo una larga historia y vidas de personas que cambiaron.
Fue en noviembre de 1953 cuando, mediante el Decreto Supremo N° 10.008 del Ministerio de Hacienda, se autorizó oficialmente la creación de la primera planta azucarera nacional. Pero el verdadero inicio de esta historia se remonta a una década antes, cuando CORFO comenzó a explorar la posibilidad de desarrollar cultivos de remolacha. Esto, para reducir la dependencia del azúcar importada desde países como Brasil y Cuba.
En ese contexto, la ciudad de Los Ángeles se posicionó como un lugar estratégico para instalar la primera fábrica de azúcar del país. La idea fue impulsada con fuerza por el entonces intendente provincial, el doctor René Petersen, quien gestionó intensamente para que la planta se ubicara en esta zona agrícola del Biobío. La decisión no fue menor: implicaba generar empleo, industrializar la región y transformar las dinámicas del campo.

El primer kilo de azúcar en la Iansa
Tras tres años de planificación e infraestructura —incluyendo la construcción de un canal de riego exclusivo para la refinadora— la fábrica fue inaugurada el 24 de abril de 1954 en una ceremonia encabezada por el presidente Carlos Ibáñez del Campo. En su discurso, el mandatario reconoció que no era una obra de su administración, sino el resultado del impulso iniciado por los gobiernos radicales desde Pedro Aguirre Cerda.
Ese mismo año, en Los Ángeles se produjo el primer kilo de azúcar nacional. Las remolachas, cultivadas en los campos de la zona, dieron inicio a una etapa de industrialización agrícola sin precedentes, bajo un modelo de «agricultura de contrato» entre IANSA y los productores locales. La empresa ofrecía asesoría técnica y aseguraba la compra del producto, garantizando rentabilidad para los agricultores y el uso de nuevas tecnologías agrícolas.
La instalación de la planta no solo implicó un cambio productivo. A su alrededor se desarrolló una nueva comunidad: se construyeron viviendas para los trabajadores, una escuela para sus hijos, un gimnasio y un club deportivo. Iansa se transformó en un eje de cohesión social, económica y cultural para la ciudad.
Cambios de gobierno
Pero no toda su historia fue dulce. Tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, el gimnasio de la empresa fue utilizado como centro de detención, dejando una huella dolorosa en su memoria institucional. Durante la década de 1980, la crisis económica golpeó duramente a Los Ángeles, con niveles de cesantía que superaron el 25%. La empresa quebró, pero fue rescatada por el Estado y luego privatizada. En 2005, pasó a manos del grupo inglés ED&F Man, lo que supuso una nueva etapa en su gestión.
Uno de los íconos más recordados fue el tren que, desde 1953, llegaba cargado de remolachas y salía con azúcar refinada hacia los centros de distribución del país. Este ramal ferroviario operó por más de cinco décadas hasta que fue levantado en 2008, luego de que delincuentes sustrajeran los rieles. Desde entonces, el transporte se realizó en camiones.

El comienzo del fin
A partir de 2016 comenzaron a intensificarse los rumores de cierre. Cambios globales en los hábitos de consumo, el auge de los edulcorantes artificiales y la caída del precio internacional del azúcar debilitaron las operaciones. Finalmente, el 29 de septiembre de 2020, se confirmó oficialmente el cierre de la planta.
Así terminó una historia de 66 años que marcó profundamente la identidad de Los Ángeles y de la región del Biobío. IANSA no solo generó empleo e innovación agrícola. Sino que definió una forma de vida en torno a la industria, al trabajo comunitario y al sentido de pertenencia con el territorio.
Hoy, las instalaciones permanecen en silencio, pero el recuerdo del primer kilo de azúcar producido en el país, y siendo desmantelada. De los trenes cargados de remolacha y de los barrios nacidos en torno a la empresa, siguen vivos en la memoria colectiva. IANSA fue más que una empresa: fue un símbolo del progreso y del alma productiva de una ciudad entera.
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