Casona El Peral

En medio de la vegetación que alguna vez floreció bajo la sombra del esfuerzo humano, apenas quedan ruinas y recuerdos dispersos. La Hacienda El Peral, ubicada en las afueras de Los Ángeles, guarda entre sus piedras gastadas por el tiempo el susurro de una historia que pocos conocen y que casi ha sido completamente devorada por el olvido. 

La documentación sobre su origen es casi inexistente. La historia se ha transmitido más por relatos de ancianos del lugar que por registros formales. Sin embargo, algunas piezas del rompecabezas todavía pueden armarse para poder llegar a una conclusión histórica. 

Según cuenta, José “Pepe Riquelme”, connotado historiador de Los Ángeles, fue en 1896 cuando Tomo Bradanovic Ilic, un inmigrante croata y empresario del salitre, adquirió los terrenos que bautizó como Hacienda El Peral, durante una subasta en Iquique. El empresario, visionario para su época, decidió apostar por la agricultura y la ganadería en el fértil sur chileno. La extensión del terreno le permitió desarrollar una operación próspera, al menos durante sus primeros años. 

Bradanovic no permaneció mucho tiempo en la hacienda. Pronto fue llamado al norte para asumir una posición de relevancia como gerente general y socio en la empresa salitrera “Alto Junín”, liderada por el capitalista británico David Richardson. Aunque luego regresó a Europa por un tiempo, nunca dejó de tener intereses en Chile, administrando desde la distancia la Hacienda El Peral y otros negocios en Pisagua y Valparaíso. 

Cambios de la Hacienda El peral

Fue entonces, en este punto difuso de la historia, cuando aparece otra familia de renombre en el relato: los De Urruticoechea. Provenientes del País Vasco, su historia en Chile comenzó en Tacna en 1874, y luego se trasladaron hacia el norte grande del país, impulsados por el auge salitrero. Fueron pioneros en la industria, llegando a fundar una oficina salitrera que se posicionó entre las más importantes del mundo en su tiempo. 

Uno de sus descendientes, Oscar de Urruticoechea Angulo, llegó a ser propietario de la Hacienda El Peral en algún momento del siglo XX. Su vínculo con la ciudad de Los Ángeles fue profundo: fue alcalde entre 1950 y 1952, y lideró el Centro Español local. Bajo su mirada se reforzó la idea de modernización agrícola, en un contexto donde la seguridad del campo era una preocupación constante debido al cuatrerismo y los brotes de violencia rural explica Riquelme.

Pero con los años, la historia tomó un rumbo abrupto. La Reforma Agraria de fines de los años sesenta transformó radicalmente el panorama del campo chileno. La Hacienda El Peral, como muchas otras, fue intervenida por el Estado, redistribuyendo sus tierras a los trabajadores que por generaciones habían laborado en ellas. Esta política, aunque justificada por un afán de justicia social, tuvo también consecuencias dolorosas e irreparables. 

Varios testimonios coinciden en que, tras la redistribución, algunos de los nuevos parceleros saquearon la casona patronal. Lo que no se llevaron, lo destruyeron: muebles antiguos, obras de arte, fotografías, libros y documentos que daban cuenta del pasado fueron consumidos por el fuego. La historia material de El Peral fue borrada en cuestión de horas. 

Reportero Patrimonial Los Ángeles

Una vieja estructura

Hoy, solo una fracción del antiguo predio permanece bajo control municipal, específicamente donde funcionó años atrás la Escuela-Hogar “El Peral”. La casona patronal, deteriorada y casi en ruinas, se mantiene como un símbolo de lo que fue y ya no es. La falta de conservación refleja un abandono institucional que indigna a quienes valoran la memoria histórica y cultural de la zona. 

Fotografías actuales muestran un paisaje melancólico: paredes derruidas, techumbres vencidas por el tiempo y la intemperie, y un silencio que pesa más que cualquier palabra. 

La Hacienda El Peral no solo fue un símbolo de la vida rural del siglo XX, también fue testigo de los grandes procesos históricos del país: inmigración, desarrollo económico, reforma agraria y el olvido. Tal vez sea hora de volver a mirar hacia ese pasado no para reconstruirlo, sino para aprender de él. Para que, al menos, lo que queda de El Peral no desaparezca también de la memoria. 

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