La fecha quedó marcada en la historia como el día en que la humanidad fue testigo del peor accidente nuclear jamás registrado. Hasta entonces, pocos fuera de la región sabían de la existencia de la central nuclear de Chernóbil, situada cerca de la ciudad de Prípiat, en Ucrania. Hoy, casi cuatro décadas después, el nombre sigue resonando como símbolo del peligro nuclear y de las consecuencias que aún persisten.
Ese 26 de abril de 1986, el reactor número cuatro de tipo RBMK, operado sin las debidas medidas de seguridad, sufrió un sobrecalentamiento que derivó en una explosión devastadora. La falta de una estructura de contención —una cúpula de hormigón que pudiera haber evitado la liberación de material radiactivo— agravó el desastre. Plutonio, yodo, estroncio y cesio se esparcieron por un área de aproximadamente 142.000 kilómetros cuadrados, afectando el norte de Ucrania, el sur de Bielorrusia y partes de Rusia.
La explosión y el posterior incendio de bloques de grafito liberaron una nube radiactiva que ascendió a más de 1.000 metros de altura. Solo los vientos favorables evitaron una tragedia aún mayor en Prípiat, cuyos 50.000 habitantes fueron evacuados 36 horas después del accidente.

Las consecuencias humanas y ambientales
La explosión inicial acabó con la vida de dos trabajadores de la planta. En los tres meses siguientes, 28 bomberos y liquidadores murieron por síndrome de radiación aguda, y uno más por un paro cardíaco. En total, más de 300.000 personas fueron desplazadas de sus hogares, enfrentándose a un futuro incierto.
Según la Organización Mundial de la Salud, cerca de 4.000 muertes podrían atribuirse a los efectos de la radiación en los primeros 20 años posteriores al desastre, aunque hacia 2005 los casos confirmados apenas superaban el medio centenar. Sin embargo, enfermedades como el cáncer de tiroides, especialmente entre niños, y secuelas psicológicas como la depresión, el alcoholismo y los suicidios siguieron afectando a las poblaciones expuestas.
Hoy, la contaminación persiste en unos 150.000 kilómetros cuadrados de territorio entre Ucrania, Bielorrusia y Rusia. La zona de exclusión alrededor de la planta, de unos 5.200 kilómetros cuadrados, permanece prácticamente deshabitada.
La respuesta inicial al desastre recayó sobre los «liquidadores», un ejército improvisado de trabajadores de la planta, bomberos, soldados y mineros de diversas partes de la entonces Unión Soviética. Se estima que hasta 600.000 personas participaron en tareas que iban desde la descontaminación hasta la construcción de nuevos asentamientos.
Entre las hazañas más sobrecogedoras están las de los «biorrobots», 3.400 hombres que realizaron misiones cronometradas sobre el techo de la planta para retirar escombros radiactivos. Recibiendo en apenas segundos la dosis de radiación que un ser humano debería absorber en toda su vida.
Chernóbil hoy: entre la memoria y la advertencia
Tras el cierre definitivo del último reactor en el año 2000, las labores de desmantelamiento de la central y descontaminación del área continúan. Todo bajo la supervisión del Gobierno de Ucrania y la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA).
El desastre de Chernóbil enseñó lecciones amargas: se identificaron graves deficiencias en las centrales nucleares de Europa del Este y de la antigua Unión Soviética. Y también se implementaron mejoras en el diseño y operación de los reactores RBMK y VVER.
Sin embargo, las recientes tensiones geopolíticas en la región, particularmente la invasión rusa a Ucrania, han reavivado los temores sobre la seguridad de las instalaciones nucleares. Demostrando que, aún hoy, Chernóbil sigue siendo un fantasma que el mundo no ha logrado exorcizar.
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