Chile se enfrenta a un desafío creciente en el ámbito penitenciario que demanda una respuesta inmediata y enérgica. El aumento sostenido de la población carcelaria, las condiciones precarias de las cárceles actuales y la amenaza constante que enfrentan los gendarmes exigen la construcción de una cárcel de altísima seguridad, siguiendo el ejemplo de instituciones similares como ocurre en los Estados Unidos.

El ministro de Justicia, Luis Cordero, había advertido en marzo de este año sobre la inminente sobrepoblación en las cárceles chilenas. Sin embargo, los últimos datos revelan que la situación ha empeorado considerablemente, con una población carcelaria que ya supera los 54.000 reclusos, superando las proyecciones más pesimistas.

Una de las principales preocupaciones es la falta de seguridad y calidad de vida para los gendarmes, cuya labor es esencial para el funcionamiento de las instituciones penitenciarias. Las condiciones precarias, sumadas a la creciente amenaza de paros y huelgas, ponen en peligro la estabilidad del sistema penitenciario y, por ende, la seguridad nacional.

Gendarmería ha alertado sobre la ocupación del 110% en las cárceles nacionales, lo que indica una situación crítica. Además, la presencia de organizaciones criminales operando desde el interior de las cárceles es inaceptable y pone en evidencia la necesidad urgente de adoptar medidas más estrictas.

La existencia de teléfonos celulares dentro de los centros de reclusión es inadmisible en la era actual, donde la tecnología para bloquear señales está disponible. Asimismo, la entrada de personas indocumentadas y la comunicación privada con los reclusos deben ser abordadas con mayor rigurosidad.

La solución no solo radica en aumentar la capacidad de detención, como lo demuestra la próxima inauguración del Complejo La Laguna en Talca. Se requiere un enfoque más profundo y proactivo: la construcción de una cárcel de altísima seguridad que garantice el aislamiento completo de los reclusos y la seguridad del personal penitenciario.

Esta cárcel de altísima seguridad debe contar con tecnología avanzada para incomunicar a los reclusos, protocolos de seguridad estrictos, y condiciones que desalienten cualquier actividad delictiva desde el interior. Las visitas deberían realizarse bajo estricta supervisión, utilizando medidas como vidrios de separación y grabación continua.

Es crucial que el Estado asuma su responsabilidad en esta crisis penitenciaria y adopte medidas impopulares pero necesarias. La seguridad y calidad de vida de los gendarmes deben ser prioritarias, y es necesario erradicar cualquier forma de corrupción que pueda comprometer la integridad del sistema penitenciario.

La construcción de una cárcel de altísima seguridad es una inversión a largo plazo en la seguridad y estabilidad del país. Es el momento de tomar decisiones audaces y enfrentar este desafío de frente, asegurando que aquellos que están tras las rejas sientan el peso de su privación de libertad, sin comprometer la seguridad de quienes están a cargo de mantener el orden en estos complejos.

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