Uno de los más grandes y antiguos payasos falleció durante el pasado fin de semana, dejando consigo uno de los legados más importantes del país y que fue reconocido en el Biobío y Malleco.
En Villa Mininco, comuna de Collipulli, el sonido de la carpa del circo se apagó el pasado viernes 29 de agosto. Pero en esta ocasión no hubo risas, ni música, ni aplausos. Esta vez, el silencio fue para despedir a Eduardo Inostroza González, más conocido como “Cascarita”, un artista que dedicó 86 años de vida a mantener encendida la llama del circo chileno.
Cascarita no era un payaso cualquiera. Era parte del alma del Circo Alondra, considerado el más antiguo en funcionamiento del país, cuyo paso por el Biobío fue muy marcado. Con su rostro pintado de blanco, sus gestos exagerados y esa capacidad única de arrancar carcajadas y ternura al mismo tiempo, se transformó en un ícono del espectáculo popular.
Desde niño recorrió pueblos y ciudades, llevando en su maleta no solo disfraces, sino también historias, sueños y la convicción de que el circo es mucho más que un espectáculo: es una forma de vida. Y bajo la carpa del Alondra —fundada en 1935 por Pedro Inostroza, su padre— Cascarita se convirtió en maestro, animador y memoria viva de la tradición circense.

Un reconocimiento más allá de Malleco y Biobío
Su talento no pasó desapercibido. El Ministerio de las Culturas lo distinguió con el Premio a la Excelencia en las Artes Escénicas del Mundo Circense, un reconocimiento a la entrega de toda una vida dedicada a hacer sonreír. Pero, más allá de los premios, su verdadero legado está en los niños que crecieron riendo con sus ocurrencias y en las familias que, generación tras generación, lo aplaudieron bajo la lona.
Su última función fue en la calle Arauco de Mininco, donde se reunieron vecinos, familiares y compañeros de ruta para darle el adiós final. Allí, entre lágrimas y recuerdos, su nombre resuena como símbolo de alegría, esfuerzo y pasión por el arte.
Porque Cascarita no se va del todo: cada carcajada que regaló, cada mirada tierna bajo la pintura blanca y cada historia contada desde el centro de la pista seguirán vivas en la memoria del circo chileno. El aplauso de quienes lo vieron actuar perdurará siempre en el recuerdo de cada ciudad que visitó y de quienes tuvieron el placer de compartir con él.
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