El hecho a que hago mención ocurrió en la segunda mitad de la década de los 40 y, a pesar del tiempo transcurrido (los recuerdos me lo corroboraron posteriormente mis progenitores) hay hechos que no he olvidado cuando, acompañando a mis padres el día de la elección presidencial, llegamos muy temprano al comando del candidato donde se iba congregando un grupo variopinto de hombres y mujeres, la mayoría de modesta condición y provenientes de sectores rurales de la provincia que recibían instrucciones de parte de personas a quienes los congregados identificaban por ser las más educadas (esos son los “patrones”, señalaban) de los lugares donde les correspondía votar y les enseñaban cómo hacerlo- había para el efecto cartillas para instruirlos- y, por supuesto, les recalcaban, una y otra vez, por quien debían votar.
La condición socioeconómica, el desconocimiento de la vida política, el bajo nivel educacional y la dependencia laboral eran factores determinantes para que los electores fueran orientados en cuanto a los candidatos por quienes emitir el voto. En esa época el analfabetismo de la población mayor de 10 años era de un 28% y los alumnos en edad escolar (de 7 a 15 años) sin estudiar era del 41%, mayoritariamente del sector rural donde habitaba más del 47% de la población. (I. Ljubetic. Historia del Magisterio chileno. 2003).
Mi padres, mientras iban a sufragar en el lugar de votación que les correspondían, me dejaron “encargado” a una de las personas que instruían a los electores y a quién se le ocurrió la idea de que yo colaborara –para que me entretuviera, dijo- en hacer entrega a cada persona que salía del comando del candidato la suma de cinco pesos, junto con un papelito con el número y el nombre por el que debían votar. Así fue que, a los 7 años y sin tener la más mínima conciencia del sentido que la acción tenía participé como en un juego infantil en la elección del presidente Gabriel González Videla, ayudando a pagar por el voto de los electores. Hoy, prometer una vida mejor, cobrar favores o comprar conciencias para obtener los votos siguen siendo algunas de las diversas formas de hacer política que se han legitimado en el tiempo.
«el voto voluntario como un ideal de una democracia madura y plena requiere también de educación e información que no contenga sesgos o ideologías particulares, con ciudadanos que han cultivado su capacidad de crítica y autocrítica frente a la vida privada y pública, así como de absoluta libertad y autonomía personal para tomar las propias decisiones en una sociedad republicana con mayor sentido social»
El voto que era obligatorio en ese entonces, dejó de serlo desde enero de 2012 y se transformó en voluntario junto con la inscripción automática en los registros electorales. La principal razón para eliminar la obligatoriedad era que las personas en edad de votar estaban preparadas para el ejercicio democrático y de compromiso ciudadano que ello significa y que había que respetar su dignidad de personas y la responsabilidad del ser ciudadanos con pleno uso de sus facultades, derechos y deberes por lo que no era necesario obligarlos por ley a que lo hicieran.
Sin embargo, el voto voluntario como un ideal de una democracia madura y plena requiere también de educación e información que no contenga sesgos o ideologías particulares, con ciudadanos que han cultivado su capacidad de crítica y autocrítica frente a la vida privada y pública, así como de absoluta libertad y autonomía personal para tomar las propias decisiones en una sociedad republicana con mayor sentido social, con posibilidades de una calidad de vida digna para todos, sin tantos y tan diversos niveles socioeconómicos y tipos de educación que no aseguran calidad y menos dan posibilidades de movilidad social, quimérica promesa de los gobiernos.
Como se sabe, los resultados del voto voluntario no han sido los esperados y en la elección presidencial de 2017, acudieron a las urnas menos del 50 % de las personas habilitadas para hacerlo de modo que el presidente fue electo en segunda vuelta por menos de la mitad del padrón habilitado que acudió a las urnas para asumir un programa de gobierno que, la gran mayoría de la población no conocía y que, a muchos no interpretaba.
Quienes se oponen hoy volver al voto obligatorio tienen razones para hacerlo. Es más conveniente para sus cálculos electorales que voten las personas que “más saben”, que tienen intereses que resguardar y privilegios que perpetuar. La votación obligatoria y masiva de la población que ha tenido una educación deficiente sin formación ciudadana, una vida laboral y económica precaria puede ser un peligro para sus intenciones ideológicas y hegemónicas para seguir diseñando y dirigiendo el tipo de sociedad estratificada y desigual que estiman que debe ser la que prevalezca.
Se afirma que la elite política y económica es la que mejor sabe lo que le conviene al país y a sus habitantes por lo que el voto de los “otros”, los desinformados, no tiene mayor trascendencia, por lo que es mejor que no opinen.
Educación universal y de calidad, formación cívica y una sociedad menos desigual (la igualdad total es una utopía) son factores necesarios para sostener el voto voluntario. Como esa realidad aún no se alcanza el voto obligatorio compromete a una mayor participación ciudadana y otorga mayor base de sustentación y legitimidad a los candidatos electos.
Alejandro Mege Valdebenito.
Universidad La República, Los Ángeles.