Teorías hablan de una conspiración de izquierda para desestabilizar el poder político chileno. De ataques coordinados para generar el caos. Todo es puede o no ser cierto, pero lo que no tiene duda alguna, es que hay una persona como millones de chilenos que se sintió interpretado por la inequidad y la falta de sintonía del poder político con las verdaderas necesidades de la gente.

Si usted analiza su propio diario vivir, se dará cuenta que en algún minuto ha sido abusado por el sistema. Si quiere emprender, la burocracia termina matando sus ganas. Si lo hace, el Estado, en vez de apoyar pareciera que a través de la carga impositiva y la intensa fiscalización del SII, lo ven como un enemigo.

En materia de salud y educación, la situación es muy similar. El descontentó es algo real. Pobres y clase media necesitan un mejor vivir y mayor dignidad.

«Lamentablemente existe un porcentaje muy menor de violentistas que se infiltran, pero que no están con ninguna causa y dan a entender que solo quieren ver el mundo arder».

Entrar en el detalle de las demandas claras y precisas para terminar con las movilizaciones, parece no existir. No se aceptan políticos ni organizaciones tomando el control de la calle. La gente está indignada y todo parece indicar que no cesarán.

Sin embargo, la pregunta que surge es ¿cuál es la verdadera señal que esperan para volver a un estado de calma? es tan largo el listado de necesidades, que es muy difícil empezar.

¡Una nueva constitución!, dicen algunos ¡Qué se vaya el Presidente! dicen otros. ‘pensiones dignas y no más AFP’ o ‘sueldo mínimo de $500.000’ se escucha entre la multitud y mientras eso ocurre, en La Moneda y el Congreso parecieran no saber qué hacer para tranquilizar a las personas.

¿En qué momento las autoridades podrán dejar de pensar y estar centrados en las marchas pacíficas, en la seguridad ciudadana, en el vandalismo de las calles y podrán sentarse a intentar resolver las demandas? ¿habrá tiempo para una tregua o nadie quiere dialogar?

Ahora bien, dentro de las legítimas demandas, hay un tema que se ha desbordado y ni siquiera tiene que ver con los enfrentamientos entre manifestantes y carabineros, si no con la delincuencia, el vandalismo, el saqueo, los incendios, las barricadas, los ataques a iglesias. Eso no puede ser tolerado.

Desde la vereda del abuso policial y militar, también hay excesos que merecen ser investigados y castigados con todo el peso de la ley. Pero tenemos que calmarnos un poco. No detener la marcha, pero tranquilizarnos.

Pareciera que en una marcha pacífica, lamentablemente existe un porcentaje muy menor de violentistas que se infiltran, pero que no están con ninguna causa y dan a entender que solo quieren ver el mundo arder. Los cambios no son parte de su juego, quieren delinquir amparados en la protección como «manifestantes». Ese tipo de individuos, está alejando poco a poco a las familias de la calle y dividiendo a quienes se movilizan.

Finalmente, ¿En qué momento las autoridades podrán dejar de pensar y estar centrados en las marchas pacíficas, en la seguridad ciudadana, en el vandalismo de las calles y podrán sentarse a intentar resolver las demandas? ¿habrá tiempo para una tregua o nadie quiere dialogar?

Es hora de mirarnos a los ojos, la gente está indignada y con justa razón, pero si no intentamos encontrar las soluciones, la sociedad democrática que tanto costó levantar luego de 17 años de una dictadura, habrán sido en vano.