Desde los inicios de nuestra historia, los movimientos telúricos han sido parte de la vida, y eso ha quedado demostrado con hechos que han sido catalogados como catastróficos. Más aún, cuando Chile se encuentra en la línea de fuego donde son muy comunes, y en algunos casos, terremotos de grandes magnitudes.

Nuestro país se encuentra ubicado en el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico, siendo una de las zonas más sísmicas del planeta, ya que ahí se unen las placas oceánicas de Nazca y Antártica, bajo la placa continental denominada Sudamericana, provocando movimientos que no son perceptibles hasta aquellos que dejan cifras fatales en pérdidas humanas y materiales.

En la época en que no se tenía mucho conocimiento sobre cómo se provocaban los terremotos, se les consideraba como castigos divinos o hechos cósmicos provocados por ofensas. Esto motivaba a realizar ritos a los dioses o espíritus para que se calmaran. Incluso la Iglesia Católica los catalogó como actos religiosos.

Nuestra historia, de aquellos reportados, comienza justo en la región del Biobío, específicamente el 8 de febrero de 1570, cuando un gran terremoto sacudió a Concepción, entonces ubicada donde hoy se conoce como Penco, seguido por un gran tsunami. En ese caso, no hubo muchos datos sobre fallecidos o heridos, pero sí se sabe que fueron pocos, considerando las estructuras de las viviendas y la rápida reacción de evacuación por parte de los habitantes, que sabían que un movimiento así podía causar cambios en el agua.

En mayo de 1647 se produjo el mayor terremoto de la época colonial de Chile. La ciudad de Santiago fue reducida a escombros y se sumó una devastadora sequía, creando una crisis económica.

Entre los años 1730 se produjo el mayor terremoto y tsunami, según historiadores, del que se tiene registro en la mitad del milenio, causando daños considerables entre La Serena y Chillán. Solo 21 años después, Concepción nuevamente fue azotado, lo que obligó a moverlo desde su lugar de origen a donde se encuentra en la actualidad.

Ya en el siglo XIX, hubo dos terremotos significativos: el de 1822 en pleno centro del país, y el de 1835, otra vez en la región del Biobío, entre el límite de Concepción y Talcahuano, sumado a los que afectaron al norte en 1868 y 1877. En estos últimos, la ciudad de Arica fue totalmente devastada.

En el siglo XX, donde se pudo obtener un mayor registro de estos eventos, en 1906 se produjo uno de los mayores terremotos de la época republicana, que destruyó Valparaíso, conocida como “la perla del Pacífico”, dejando miles de muertos y heridos.

Otros hechos que dejaron daños y motivaron a cambios estructurales fueron los ocurridos en Atacama en 1922, y el gran terremoto de Talca en 1928, que dio origen a la Ley y Ordenanza General sobre Construcciones y Urbanización, vigente desde el 20 de noviembre de 1935.

Cuatro años más tarde, en 1939, Chillán y sus alrededores fueron afectados por un histórico terremoto, provocado por un brusco movimiento de la placa de Nazca, causando una destrucción nunca antes vista en la zona. Este evento motivó la creación de la Corporación de Fomento y Reconstrucción (CORFO), a través de la cual el Estado dirigió la reconstrucción del país y el fomento de la actividad industrial.

En 1949, la zona austral, que ha tenido pocos registros, fue sacudida por un terremoto de magnitud 7.7 y una réplica de 7.3, sumados a centenares de deslizamientos de tierra y un moderado tsunami. A pesar de esto, la cifra de afectados y fallecidos fue mínima.

En los años 80, se produjo en la ciudad de Calama un sismo de mayor consideración, que marcó 8.0 en la escala de magnitud. Hasta la fecha, este fue el de mayor importancia, pero aún faltaba para la gran tragedia.

En 1960, Cautín, Valdivia, Osorno, Llanquihue y Chiloé fueron devastados por una ruptura de 100 kilómetros que provocó el mayor terremoto registrado hasta hoy, conocido como el “Gran Terremoto de Valdivia”, con una magnitud de 9.5. Este dejó en ruinas al epicentro y fue seguido por un gran tsunami cuyas olas llegaron incluso a lugares como Japón. Este evento dejó más de 2,000 muertos y millones de afectados.

Cinco años más tarde, en 1965, pasado el mediodía, la comuna de La Ligua fue el centro de un terremoto de 7.4, percibido entre Copiapó y Osorno, dejando pequeños pueblos, como El Cobre, destruidos por el colapso de tranques o pequeñas represas.

En la década de los 70, el 8 de julio de 1971, un terremoto de 7.8 grados afectó a la zona comprendida entre Antofagasta y Valdivia, siendo el epicentro en el área comprendida entre Illapel y Los Vilos.

Nuevamente, la zona central en 1975 sufrió un gran terremoto de magnitud 8.0, dejando al descubierto la precariedad de muchas casas de adobe, incluso en las grandes ciudades, obligando a modificar la norma de diseño sísmico de edificios (NCh 433). Un movimiento de magnitud 8.0 en Antofagasta, ocurrido el 30 de julio de 1995, solo produjo daños menores, ya que la gente tenía cultura sísmica.

En el nuevo milenio, en 2005, un terremoto de magnitud 7.8 en Tarapacá provocó varios deslizamientos y dejó 12 fallecidos. Posteriormente, en 2007, se produjeron los terremotos de Aysén (magnitud 6.2) y Tocopilla (magnitud 7.7), que causaron enormes pérdidas materiales.

En 2010, la madrugada del 27 de febrero, un terremoto de epicentro en Constitución, con una magnitud de 8.8, es considerado el más destructivo de la historia reciente. Este terremoto y el posterior tsunami causaron 521 víctimas fatales y 56 desaparecidos, junto a graves daños en las localidades costeras.

Posteriormente, en 2015, vino el terremoto de Coquimbo, también conocido como el terremoto de Illapel, con una magnitud de 8.4, que ocurrió el 16 de septiembre, en la víspera de las Fiestas Patrias, motivando la suspensión de eventos y la movilización de recursos para los afectados.

Podríamos seguir mencionando los terremotos que nuestro largo y angosto país ha tenido en su historia, pero estos son los que provocaron un cambio en el pensar, actuar y reaccionar de las autoridades ante estas emergencias, a las cuales estamos propensos cada día. Lo importante es estar preparados.

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