Ana Carolina Hernández Fernández
Psicóloga
Universidad San Sebastián
Cuando empiezo a escribir sobre el estrés o la ansiedad de estar en casa, es imposible no dicotomizar mis pensamientos. Por una parte, y entendiendo todos los desastres y crisis vividas en los últimos años, pienso en lo privilegiados que somos al estar confinados en nuestras casas, espacio que hemos forjado muchas veces con esfuerzo. Asimismo, estamos forzados a estar con las personas que amamos, con nosotros mismos y a mirar lo que hemos hecho durante todos estos años de forma introspectiva y crítica.
Por otro lado, pienso también en el estrés generado por mantener un nivel de rendimiento con una base emocional devastada y repleta de incertidumbre. Debemos seguir día a día trabajando o estudiando sin saber cuándo se terminará la cuarentena. Esta situación, para cualquier ser humano, desdibuja su proyecto de vida y la organización diaria, provocando fatiga, miedo, angustia, inquietud, pensamientos rumiantes y un sinfín de particulares emociones que perpetúan el ciclo vicioso del malestar.
Es evidente que los estados psíquicos negativos o displacenteros, hacen que el bienestar se vea a ratos violentado o cuestionado. Y es aquí cuando recobran especial relevancia los consejos que los profesionales de la salud mental podemos entregar a la población para así dar cierta sensación de control frente a la falta de certidumbre generalizada.
Primero que todo, es de vital importancia que nos mantengamos conectados. Bajo ese precepto vale la pena diferenciar entre distanciamiento físico y distanciamiento social, es decir, permanecer juntos aun estando separados. El motivo es simple, el ser humano es gregario por naturaleza, necesita del otro y frente al dolor, necesita del consuelo de personas significativas para suavizar las respuestas ante el estrés. Por ello, si no se cuenta con una red de apoyo, se deben buscar en las actividades que sean de carácter social: talleres online, videos con amigos, llamadas telefónicas e incluso interacciones responsables en redes sociales.
Una vez que sienta esa sensación de apoyo, será necesario realizar actividades que aumenten el bienestar emocional. Por ejemplo, hacer actividad física, jugar con los hijos, conversar con la pareja, pintar, bailar, jardinear o sencillamente aquello que tanto se quería hacer y no se podía por “falta de tiempo”. Esto, en consecuencia, aumentará el nivel químico del “cuarteto de la felicidad”, formado por la dopamina, oxitocina, endorfina y serotonina.
Quienes tengan hijos, les aconsejo que propicien una buena conversación familiar, explicándoles con palabras simples lo que estamos viviendo, diciéndoles que permanecer en casa no significa estar de vacaciones, ni para ellos ni para los padres que siguen trabajando. Por tanto, hay que recuperar la rutina, tener roles y organizar de manera diaria las actividades, evitando así que los niños presenten ansiedad.
Finalmente, aconsejo valorar los pequeños aportes que uno haga en los diferentes ámbitos de la vida. Si una persona está centrada en las metas que quiere cumplir, de seguro que podrá mantener su estrés a raya.