El 27 de marzo del año 2000, en el oscuro barrio porteño de Villa Urquiza de Buenos Aires Argentina, los oficiales de la 49º comisaría se enfrentaron a una escena que desafió toda lógica: El caso de las hermanas Vásquez.
En un comedor sumido en la penumbra, un hombre desnudo y ensangrentado se aferraba desesperadamente a la baranda de la escalera mientras era apuñalado por una joven, quien con voz muy ronca gritaba:
El motivo de la presencia policial en la residencia de Juan Carlos Vázquez era una denuncia de ruidos molestos, pero lo que encontraron superó cualquier expectativa. El hombre, un empleado de 50 años de una ferretería y viudo desde 1993, yacía sin vida con más de 150 cortes en su cuerpo, junto a dos círculos dibujados con un cuchillo, uno en el estómago y otro en la tetilla derecha.
La escena era macabra, pero lo peor estaba por revelarse. Junto al cuerpo de Vázquez se encontraban sus dos hijas, las hermanas Silvina, de 21 años, y Gabriela, de 29, desnudas y retorciéndose en un frenesí perturbador. La casa estaba impregnada de un fuerte olor a orina y excremento, y elementos inquietantes llenaban la escena: una Biblia ensangrentada, cuadernillos de alquimia con instrucciones para la purificación de personas, velas blancas, inciensos y carbones que ardían.
El origen del mal
Las raíces de esta pesadilla se hundían en la infancia tormentosa de las hermanas, marcada por la violencia de su madre. En su hogar, también se tejían supersticiones y pensamientos mágicos, bajo la influencia de una tía con problemas psiquiátricos que se creía una médium.
Con el tiempo, Silvina y Gabriela desarrollaron una esquizofrenia compartida y un trastorno psicótico. Afirmaban escuchar ruidos y ver imágenes, con Silvina convencida de poseer habilidades paranormales, como premoniciones y lectura de mentes.
Las hermanas Vásquez y los extraños sucesos
El clima de su hogar se volvió aún más ominoso cuando las hermanas comenzaron a creer que una presencia maligna habitaba con ellas. A sus vecinos les relataban extraños sucesos, como golpes y pasos inexplicables, y se interesaban por conocer si alguien había fallecido en su edificio antes de su llegada. Incluso buscaron ayuda en un centro alquímico llamado Transmutar, donde obtuvieron pócimas para protegerse.
Fue en este ambiente de paranoia y delirio que el fatídico desenlace comenzó a tomar forma. A finales de marzo de 2000, padre e hijas, tomados de la mano, se sumieron en una maratón de rezos sin descanso y asistieron a misa repetidamente en un intento desesperado de librarse del influjo diabólico.
Dos eventos desencadenaron el horror: Gabriela creyó ver figuras parecidas a muñecos a la espalda de su padre, mientras Silvina experimentó alucinaciones auditivas que le advertían: «Si no me dejas entrar, todos morirán».
Convencidas de la posesión demoníaca de su padre, las hermanas iniciaron un ritual demencial. Se desnudaron, defecaron y vomitaron por toda la casa en un intento de purificar el lugar de los espíritus malignos. Sin obtener resultados, Silvina decidió cortar el «muñeco» que envolvía a su padre mientras Gabriela observaba horrorizada.
Se cree que Juan Carlos Vázquez, afectado por la locura de sus hijas, cedió ante ellas en un acto final de desesperación.
La policía llegó ese día entre las 14:30 y las 15:00. Se encontraron con la puerta de metal del frente cerrada con cuatro llaves, y tuvieron que derribarla. En el interior, se enfrentaron a una escena de horror indescriptible.
Un paradero desconocido
Después del crimen, Silvina y Gabriela – las hermanas Vásquez, fueron internadas en el hospital neuropsiquiátrico Braulio Moyano. Sin embargo, más tarde, fueron dadas de alta. Hasta el día de hoy, su paradero sigue siendo desconocido, y el caso de las hermanas satánicas continúa siendo un episodio oscuro e inquietante en la historia de la psicosis humana.
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