El reciente sistema frontal que azotó la zona central del país ha vuelto a poner en relieve la urgente necesidad de abordar de manera efectiva y anticipada los desafíos del cambio climático. Los patrones extremos, que antes eran excepcionales, se han convertido en la nueva norma, dejando en claro que no podemos seguir siendo reactivos ante estas emergencias, sino que debemos adoptar medidas preventivas con determinación. Inundaciones en invierno e incendios en verano, serán nuestro triste escenario.
Año tras año, la realidad del cambio climático se hace más evidente. El invierno trae consigo lluvias torrenciales que causan estragos en distintas regiones del país, como ya sucedió en junio pasado. El ejemplo de los Saltos del Laja refleja con claridad la situación en la que nos encontramos. Las lluvias no solo han causado daños materiales, sino que también han afectado a familias que dependen de la actividad económica en torno a las cascadas y atractivos turísticos. Frente a estos eventos, no basta con reaccionar para restaurar lo que se ha perdido; es necesario implementar soluciones efectivas y sostenibles en el tiempo.
Las autoridades tienen la responsabilidad de buscar respuestas duraderas que mitiguen los impactos del cambio climático en las comunidades. Es fundamental dejar atrás la complacencia y la inercia que nos lleva a repetir los mismos errores cada vez que se presenta una emergencia. La reubicación de puestos y la ingeniería adecuada para resistir inundaciones deben ser prioridades. Además, los ríos y puentes deben ser diseñados o mejorados teniendo en cuenta los aumentos de caudal, y es esencial desarrollar estrategias para evitar que los árboles arrastrados por las corrientes causen daños, como ocurrió en Concepción con el puente ferroviario.
El enfoque preventivo es el camino a seguir. La reflexión que nos planteamos es si estamos dispuestos a esperar a que ocurran nuevas tragedias durante la próxima temporada de verano para que finalmente se tomen medidas. El desafío es adoptar una mentalidad proactiva que permita anticiparse a los problemas en lugar de simplemente enfrentar sus consecuencias.
La asignación de recursos también es un tema crucial en este escenario. Aquí, los fondos deben ser destinados de manera coherente y estratégica para abordar los riesgos climáticos. La prevención no puede ser una inversión opcional, sino una necesidad apremiante. Los fondos y esfuerzos deben enfocarse en soluciones que tengan un impacto real en la seguridad de nuestras comunidades.
En definitiva, es hora de que todos los actores involucrados, desde las autoridades hasta los ciudadanos, reconozcan la necesidad imperiosa de cambiar nuestra mentalidad ante el cambio climático. No podemos quedarnos en la reacción constante; es tiempo de actuar con responsabilidad y visión de futuro. Solo a través de medidas preventivas y estratégicas podremos hacer frente a los desafíos que el cambio climático nos presenta y construir un futuro más seguro y resiliente para todos.
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