Una de las anécdotas más conocidas del otro lado de la cordillera es “Difunta Correa”, la cual ha traspasado fronteras desde hace más de medio siglo y que hoy en día está presente en nuestro país, incluso, con un pedacito de tierra en el Biobío.
La historia comienza con Deolinda Antonia Correa, quien nació en los áridos parajes de San Juan, Argentina, en la primera mitad del siglo XIX. La tradición cuenta que la joven mujer decidió seguir a su esposo, reclutado a la fuerza en medio de los conflictos entre unitarios y federales.
Pero ella no viajó sola, sino que la acompañó su pequeño hijo en brazos y apenas un par de botellas de agua. Fue así que emprendió el camino a través del desierto, pero el hambre y la sed comenzaron a seguirla rápidamente, y lamentablemente la vencieron antes de alcanzar su destino.
Días después, unos arrieros encontraron su cuerpo sin vida bajo un algarrobo, pero lo que más los conmovió fue descubrir que su bebé seguía con vida, amamantado por los pechos aún generosos de su madre. Ese gesto imposible de explicar dio inicio a una de las devociones populares más singulares de Sudamérica.
Con el tiempo, comenzaron a circular relatos de favores concedidos y milagros atribuidos a la Difunta Correa. Hasta que su figura se convirtió en símbolo de protección para viajeros, arrieros y más tarde camioneros, quienes vieron en su coraje y valentía, la fuerza para seguir adelante sin importar las barreras que existen.

Difunta Correa en el Biobío
Su culto se expandió por Argentina y no tardó en cruzar los Andes, arraigándose en distintas localidades de Chile. Desde la década de 1970 comenzaron a levantarse animitas y pequeños santuarios en los costados de rutas y caminos. Reconocibles por las montañas de botellas con agua que los fieles dejan como ofrenda para que “a la Difunta nunca le falte”.
En la Provincia del Biobío también encontró un espacio. Quienes transitan por la ruta Q-90, casi en el límite entre Yumbel y Laja, se sorprenden al encontrar una animita dedicada a la Difunta Correa. Allí, entre velas, cruces y botellas de agua, camioneros y vecinos se detienen a pedir favores o agradecer milagros atribuidos a esta mujer que, aunque nunca fue reconocida por la Iglesia, vive en la fe popular de miles de devotos.
Incluso, autoridades y vecinos se han encargado de mantener limpio este lugar, colocando letreros que dicen su apodo, e inclusive una zona de estacionamiento. Logrando mostrar por quienes pasan por ahí, lo singular de cómo esta historia ha llegado a ser parte de la cultura.
Lo curioso es que, en un territorio marcado por fuertes tradiciones católicas como Yumbel y su reconocido Santuario de San Sebastián, también convive este rincón de religiosidad popular. Una pequeña animita que conecta a Biobío con uno de los mitos más extendidos de Latinoamérica, recordando que la fe de los pueblos no siempre se escribe en los altares oficiales. Sino también en las huellas silenciosas del camino.

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