Cada 23 de junio, cuando cae la noche y la oscuridad envuelve los campos del Biobío y muchas otras zonas rurales de Chile, comienza una de las celebraciones más místicas y arraigadas del calendario popular: la Noche de San Juan. Más que una festividad religiosa, se trata de una velada donde el pasado, la espiritualidad y las fuerzas de la naturaleza convergen en rituales que sobreviven al paso del tiempo, transmitidos de generación en generación.
Aunque su origen está ligado al nacimiento de San Juan Bautista, y a tradiciones tanto cristianas como paganas, en Chile la Noche de San Juan ha cobrado un carácter propio, con creencias profundamente instaladas en el mundo campesino. Tal como lo resume Patricia Chavarría, directora del Archivo de Cultura Tradicional de Concepción, “han cambiado muchas cosas en el campo, pero la religiosidad sigue muy presente”.
Y es que la vida rural chilena no se entiende sin su conexión con lo celestial. La siembra del trigo después de la Cruz de Mayo, los ramos de ruda y romero benditos. Las calaveras de animales sobre los techos para alejar lo maligno o las cruces de palqui clavadas en las entradas de las casas son parte de un diálogo constante entre la tierra y el cielo, que se intensifica en esta noche considerada mágica.
Entre rituales y augurios en San Juan
Durante la Noche de San Juan, que en si es entre la media noche de este 23 de junio y la madrugada del 24, muchos se animan a realizar antiguos rituales cargados de simbolismo. Uno de los más conocidos es el de las tres papas bajo la cama: una pelada, otra a medio pelar y una entera. La que se saque al azar al amanecer revelará el porvenir económico de quien la elige. También se escribe el nombre o inicial de tres pretendientes y se colocan los papeles bajo la almohada para saber con cuál se casará la persona.
Otra práctica extendida en el Biobío es dejar un lavatorio con agua a la intemperie. Al día siguiente, esa agua se considera bendita, y se utiliza para lavar el rostro o conservarla como protección para el resto del año. “Es una noche donde lo espiritual se mezcla con lo cotidiano, donde la gente busca señales y respuestas”, agrega Chavarría.
Fuego, guitarras e higuera en flor
La figura del fuego, símbolo de purificación y renacimiento, es esencial. En varias localidades, las familias encienden hogueras y, en algunos casos, se anima a saltarlas como forma de espantar las malas energías. No falta el que intenta ver el futuro en la yema de un huevo lanzada en agua o quien se sienta a medianoche. Estando bajo una higuera con una guitarra, esperando milagrosamente aprender a tocar o incluso ver florecer el árbol —algo que, según la leyenda, solo ocurre en esa noche mágica.
Oreste Plath, estudioso del folclore chileno, relató que, si San Juan lograra bajar del cielo esa noche, “los cielos se rebajarían” y se desataría el Apocalipsis. Por eso, en el imaginario popular, Dios lo detiene con una advertencia: “No bajís al mundo, Juan, que ahí te han de celebrar”. Así, el santo cae dormido, mientras en la Tierra sus devotos celebran su día con comidas típicas, como el infaltable estofado de San Juan.
El veranito del santo: ¿mito o señal divina?
En el sur de Chile, donde el invierno suele ser crudo y lluvioso, se espera con ansias el llamado “veranito de San Juan”. Los cuales son unos pocos días soleados en medio de la temporada más fría. Para muchos, no es coincidencia que ocurra justo después de la festividad. “San Juan envía ese veranito. Es un signo de que el santo está conectado con nosotros”, afirma Chavarría.
Desde la ciencia, sin embargo, no hay fundamentos que respalden este fenómeno. Ya que, desde la Dirección Meteorológica de Chile, explica que se trata de una percepción popular más que de un patrón climático verificable. Aun así, en localidades como Concepción, Los Ángeles o Angol, donde el sol en junio es escaso, esos días despejados se viven como una bendición.
Más allá de las fronteras de Chile, la Noche de San Juan también se celebra en países como Perú, Argentina, Venezuela y República Dominicana, cada uno con sus propias variantes. Sin embargo, en el sur del continente esta festividad tiene un carácter único, marcado por el sincretismo entre la religiosidad católica y las tradiciones indígenas, como el We Tripantu mapuche. Que marca el comienzo de un nuevo ciclo.
Una creencia de San Juan
Así, en campos, pueblos y ciudades, miles de personas aún encuentran en esta noche un espacio para la introspección, la esperanza y la conexión con lo divino. La Noche de San Juan no es solo una fiesta: es un espejo donde el alma popular chilena se mira. Buscando respuestas en las estrellas, el fuego y el silencio de la madrugada.
Porque si hay algo que no cambia, es esa necesidad humana de creer que, al menos por una noche, todo puede ser posible. Y ¿Quién sabe?, podría pasar algo que cambie mucho la forma de ver día a día y quizás algo nuevo viene para todos nosotros, aunque si, es una fecha de respeto y tradición.
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