El Contraste | Plaza de Armas de Los Ángeles

Vas caminando por la Plaza de Armas de Los Ángeles y ¿Alguna vez te has preguntado en las majestuosas estatuas blancas que custodian las esquinas? Imponentes, silenciosas y de belleza clásica. Estas esculturas forman parte del paisaje urbano desde hace casi un siglo. Sin embargo, su origen sigue envuelto en el misterio, mientras el tiempo y el vandalismo desgastan sin pausa su esplendor. 

Ubicadas en las esquinas de Colón con Caupolicán, Colón con Lautaro, Lautaro con Valdivia y Valdivia con Caupolicán, las cuatro estatuas representan, según diversas versiones, las estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. Aunque no existe consenso absoluto sobre cuál figura representa a cuál estación, su simbolismo es claro. Evocan el paso del tiempo, la naturaleza y la belleza femenina idealizada. 

Las obras, esculpidas en mármol y de una altura superior a los 3,80 metros incluyendo sus pedestales, fueron adquiridas por la Municipalidad de Los Ángeles en la década de 1920. Esto fue posible gracias a los fondos dejados por el sacerdote Marcos Rebolledo. Quien en su testamento de 1885 legó parte de su fortuna para embellecer algún espacio público de la ciudad. Paradójicamente, ninguna calle ni plaza lleva su nombre. 

Una historia de orígenes inciertos en Los Ángeles

El misterio que rodea a estas esculturas no se limita a su simbolismo. No existe documentación oficial sobre el autor, ni sobre su lugar de fabricación. Se presume que fueron traídas desde Perú tras la Guerra del Pacífico como parte de los bienes rematados en Santiago en 1886. Aunque historiadores peruanos rechazan la versión de que hayan sido trofeos de guerra. Algunos estudiosos incluso sugieren que podrían ser obras de estilo neoclásico francés del siglo XVIII, lo que aumentaría exponencialmente su valor histórico y artístico. 

Desde su llegada, las estatuas fueron colocadas inicialmente en torno al antiguo odeón central, mirando hacia los puntos cardinales. Durante la remodelación de la Plaza en el año 2000, se les cambió de ubicación a las esquinas actuales y se sometieron a un proceso de restauración. La medida buscaba, entre otras cosas, protegerlas de los recurrentes actos vandálicos. 

Una belleza herida 

Pese a estos esfuerzos, el daño ha sido inevitable. Una de las figuras perdió un antebrazo, otra fue despojada de su jarrón. A ello se suma un episodio insólito: una empresa que pretendía vender un barniz anti-grafitis al municipio usó una de las estatuas para demostrar su producto… sin estudios previos ni autorización técnica, afectando irremediablemente la blancura del mármol de Carrara original. 

Durante el Estallido Social de 2019, el deterioro se agudizó. Rayados, golpes y abandono marcaron a las esculturas, sin que las autoridades tomaran acciones contundentes para su resguardo. Hoy, enfrentan la lluvia, el sol y la indiferencia ciudadana como testigos mudos de un patrimonio que parece no importar.

Las esculturas de la Plaza de Armas no son simples adornos urbanos. Son un legado tangible de una época en que Los Ángeles aspiraba a la elegancia y la modernidad. Representan la identidad colectiva de generaciones que vieron en la plaza su centro de encuentro, expresión y vida. 

El deterioro de estas piezas es también el reflejo de una sociedad que ha descuidado su memoria histórica. La falta de educación patrimonial y la escasa acción de las autoridades han dejado estas obras a merced del tiempo y del vandalismo. Hoy más que nunca, se hace urgente rescatar y proteger lo que nos pertenece como comunidad. Que estas estatuas no sean solo reliquias del pasado, sino faros que iluminen un futuro donde la cultura y el patrimonio tengan el valor que merecen. 

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